lunes, 11 de enero de 2010

¿Por qué creo en Dios?

Podría ser una pregunta cuya respuesta, si fuese gallego, tal vez la hiciese con otra pregunta: ¿y por qué no? Es que, de entrada, me parece más difícil no creer en Dios que hacerlo. Dicho lo cual, sí quiero dejar por sentado que hay razones por las que creo en Dios.

Lejos que caer en la filosofía, campo que no domino (ni aspiro a hacerlo, debo decir), las razones que argumento son más, digamos, de andar por casa. Nada de raciocinio lógico, científico o filosófico. Que nadie espere una disertación metafísica o algo por el estilo. A veces queremos complicar lo sencillo, y esto, para mí, es sencillo.

Qué duda cabe que el haber nacido en determinada familia y en determinado lugar, con determinadas connotaciones sociales, ha hecho que, a priori, me dirija hacia uno u otro lugar. Al menos de partida. Sí, nací y me eduqué en el seno de una familia católica, que quiso y supo instalar en mí unos cimientos de creencias y fe. Lo tenía fácil, sí. Pero con los años las decisiones las tomé yo, libremente. Igual de fácil asimilé la libertad de elección.

Es, pues, una creencia que ejerzo libremente. No es un microchip que todos tenemos y nos hace comportarnos de determinada manera. La prueba está en que hay ateos y agnósticos, que, en un acto de libertad individual, han decidido algo rotundamente diferente a lo que yo decidí, y decido cada día, en relación con la creencia en Dios. Algunos con la misma educación que la mía, otros con otra diametralmente opuesta. La libertad, para mí, es una prueba más de que Dios existe, y es tal y como yo creo que es.

Si nos vamos a lo grande, me sería tremendamente complicado no creer que alguien o algo creó el inconmensurable Universo y cuanto habita en él. Si por más que el ser humano avanza en el conocimiento, siempre el Universo se nos presenta como algo inabarcable para nuestro raciocinio, ¿cómo no creer que dicha magnitud fue creada por Dios? Un ateo podría decirme, entonces, que debería creer que por encima de Dios hay alguien que creó a éste, y así sucesivamente. Pero lo cierto es que un origen debe haber, no podemos hacer esa deducción con tendencia al infinito. Sería absurdo y siempre debería haber un principio. Pero decía que no quería derivar este tema hacia farragosos y pantanosos terrenos en los que a buen seguro naufragaría con estrépito.

Pero, ¿qué hay dentro de mí? ¿Y en mis vivencias? Es ahí donde realmente encuentro a Dios cada día. En las cosas buenas, y en las que no lo son tanto. En los momentos en los que río, y en los que no lo paso bien. Pero por encima de todo, descubro a Dios en el amor. El amor que recibí de mis padres y hermanos, el que he recibido de mis amigos, el que recibo cada día de mi esposa. He sido capaz de ver a Dios en cada cosa que hago.

Buscar a Dios en mi día a día me ha permitido encontrarle. Si no lo hubiese buscado, seguro que jamás encontraría a Dios donde hoy puedo encontrarle. Lo veo en cada amanecer, en la creatividad de mis momentos musicales. Lo veo en mi trabajo, en mis relaciones humanas. Lo veo, cómo no, en el arte. La pureza de las cosas incuestionables de la vida es la que nos muestra a Dios. ¿Acaso alguien cuestionaría la grandeza de la música, o de la pintura; o de la pureza de la amistad, o del amor verdadero? Tratar de buscar a Dios en cosas inexplicables, o sólo tratar de ver a Dios cuando nuestro conocimiento se agota, no nos lo va a mostrar. Ese es, en mi opinión, un camino equivocado.

Cuando estas cosas suceden, cuando buscamos de corazón a Dios, veremos que es Dios quien está detrás de tantas cotidianas y maravillosas cosas de cada día. Que está detrás también de las maravillas de la indomable y libre naturaleza, a pesar de sus transitorias locuras de destrucción. Sin duda, si somos capaces de buscarle sinceramente, seremos capaces de encontrarle. Hagamos la prueba.

Es así de sencillo. Sólo hay que querer. No conozco a nadie que desee no encontrar algo oculto y termine encontrándolo. Básicamente porque si aunque la casualidad le hiciese tropezar con eso oculto, pasaría de largo. Sólo es preciso querer encontrar a Dios para poder verle en cada minuto de nuestra vida.

Y así, es sencillo creer en Él.

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