lunes, 1 de noviembre de 2010

¿Por qué vamos a Misa los domingos?

A veces he oido a gente decir que como hoy domingo no tengo ganas de ir a Misa, pues voy mañana lunes y no pasa nada. Es un gran error. No es un capricho lo de que el precepto se cumpla los domingos y no los lunes o cualquier otro día.

Podemos empezar por atender a lo que el Génesis nos cuenta. Dios crea el Mundo en 6 días, y el último día de la semana lo dedica para descansar. Los judíos atienden a este asunto y así crean la festividad del sabath. Los cristianos, como herederos de la tradición histórico-religiosa judía, con las actualizaciones de Cristo (rechazadas por los judíos), cambiamos el día por el domingo, día de la Resurrección de Cristo.

Los primeros cristianos utilizaban el primer día de la semana, según recogen Los Hechos de los Apóstoles, para reunirse, estudiar la Escritura y compartir el pan de la Eucaristía.

Así, desde tiempo inmemorial, la Iglesia otorga al domingo una categoría elevada de los demás días, y conservando las tradiciones de los primeros cristianos, establece la necesidad de asistir una vez a la semana a Misa. Y que ese día sea común para todos: el domingo. Y dado que el eje de nuestra fe se sustenta en la Resurrección de Cristo (que sucede en domingo), es lógico pensar que ese sea el día especial de los cristianos.

Por otro lado, es un dato en cierto modo desconocido, cual es el verdadero sentido de la Misa. Cuestión que abordaré en breve, pero que adelanto que si fuese conocido, no ya no dudaríamos ir a Misa cada domingo, sino que a buen seguro que repetiríamos a lo largo de la semana.

jueves, 28 de octubre de 2010

¿Por qué es importante rezar?

Una vez presencié una conversación en la que un ateo preguntaba a otro que no lo era que para qué servía rezar. Lástima que llegué tarde a ese debate y no pude intervenir.

Rezar, la oración, es hablar con Dios. Dios es Padre, nuestro Padre. Luego rezar es hablar con nuestro Padre. Así debería bastarnos para entender por qué es importante para un católico la oración.

La oración es el hilo directo con Dios. Es una búsqueda, y encuentro, con Dios. No deja de ser una invitación que el propio Dios nos hace a entablar un diágolo de amor con Él. ¿Cómo rehusar tal invitación? ¿Quién en su sano juicio querría decirle a su padre que no desea hablar con él?

La oración no es un ejercicio de reflexión personal, ni de meditación oriental, no es nada de eso. Es un verdadero diálogo con Dios. Y ¿cómo no va a ser importante hablar con nuestro Padre? Y a la hora de hablar, es preciso hacerlo con el corazón. Y no sólo se reza para pedir favores, fundamentalmente la oración debe ser una apertura de nuestros sentimientos hacia Dios, que como Padre, aún ya sabiendo todo lo que nos pasa, le agrada que así lo hagamos.

La oración es un pilar importante en la vida de un cristiano, de un católico. Porque la oración es ir conociendo más y mejor a Cristo. Es ir entablando un sincero y verdadero trato con Él. Es crecer en el amor a Dios.

martes, 30 de marzo de 2010

¿Por qué celebramos los católicos la Semana Santa?

Al final de la cuaresma, los católicos celebramos la Semana Santa, en la que recordamos la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

La Semana Santa comienza con el DOMINGO DE RAMOS, este día recordamos cuando Jesús entró en Jerusalén y todo el pueblo lo alabó como Rey. Este día, los católicos llevamos palmas a la Iglesia, como los judíos en tiempo de Jesús, para que las bendigan.

El jueves de la Semana Santa, recordamos el día que Cristo tuvo la ULTIMA CENA con sus apóstoles. Esta cena es muy importante porque en ella Jesús, como sabía que iba a morir, quiso hacer algo para poder quedarse para siempre con los hombres, dejándonos LA EUCARISTIA, o sea la COMUNION. Entonces, cada vez que comulgamos, Cristo que está en la Hostia, entra en nuestra alma.

El Viernes Santo Jesús fue apresado, humillado, agredido, condenado y, finalmente, muere en la Cruz. Muerte por amor a todos los seres humanos, para, precisamente, vencer a la muerte del alma que es el pecado.

Después de su muerte, Cristo fué sepultado y al tercer día RESUCITÓ. Este domingo de resurrección es el día más importante de la Semana Santa, es el día de más alegría para nosotros los católicos.
En definitiva, siendo Dios, se hace hombre, elige sufrir como hombre para entregar su vida por sus hijos, y con esa muerte, y posterior resurrección, Cristo nos abre las puertas del Cielo, gracias a su redención.

miércoles, 17 de febrero de 2010

¿Por qué ayuno y abstinencia?

El ayuno y la abstinencia forman el deber de los católicos de seguir ciertas normas en Cuaresma. El ayuno (sólo el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo) supone reducir las comidas de ese día. Supone desayunar un poco menos, comer normal, cenar poco y no comer entre horas. La abstinencia supone no comer carne (ni derivados de ésta) ni el Miércoles de Ceniza ni los viernes de Cuaresma. Obligaciones para los mayores de 14 años (el ayuno para mayores de edad), y menos de 59 (los mayores de 59 ya no tienen que ayunar). No obliga, claro está, a los enfermos.

Ya desde el siglo IV se vienen practicando en Cuaresma distintas prácticas penitenciales, de modo que preparan el alma para la Semana Santa, cuando rememoramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Eje central de nuestra fe.

Son, pues, pequeñas mortificaciones, mínimos sacrificios que debemos completar libremente cada uno: oración, más ayuno, … Lógicamente, todo tiene un sentido. No es un capricho que nos quiera “imponer” la Iglesia. Se trata de que todo nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) participe en un acto donde reconozca la necesidad de hacer obras con las que reparemos el daño ocasionado con nuestros pecados y para el bien de la Iglesia.

El ayuno tiene como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como "actitud consumística". No hace falta comentar ni explicar que nos encontramos en una sociedad consumista. Tal vez excesivamente consumista. Desprendernos este par de días al año es lo que le da un sentido al ayuno.

La abstinencia viene a ser algo parecido, pero tal vez en menor escala.

En realidad, la Iglesia quiere ser fiel al mandato del Señor, que indicó que “vendrán días en que les será arrebatado el esposo y entonces ayunarán”. Jesús responde así a quien le preguntaba por qué sus discípulos no ayunaban. Y es que en vida de Jesús, no lo hacían. Jesús dice que habrá tiempo en que lo hagan.

viernes, 22 de enero de 2010

¿Por qué es necesario e importante el Bautismo?

Mucho se habla últimamente sobre el bautizo de niños pequeños. Existe una tendencia de "dejarlo para más tarde cuando el niño sepa qué elegir", como si no existiese el Sacramento de la Confirmación para, precisamente, eso.

Para empezar, debemos sentar una base: el Bautismo es el sacramento por el que renacemos a la vida divina y somos hechos hijos de Dios. Dicho de otro modo, abrimos la puerta a Dios, dejamos que entre en el alma del niño. ¿Qué necesidad hay de privarle de ese regalo? Además, es el sacramento que, precisamente, permite el acceso a los demás. ¿Por qué privar al niño del riesgo de que jamás pueda recibir el Cuerpo de Cristo? Hay que entender la Fe como un regalo de Dios, no como algo que podemos decidir que terceras personas dependientes de nosotros puedan o no recibir. Seríamos tremendamente negligentes si privamos a nuestros hijos de lo que nuestros padren sí nos regalaron. Seríamos responsables de impedir que el pequeño pueda crecer en la Fe desde su infancia.

El Catecismo nos destaca la importancia de permitir que el niño crezca en la Gracia y en la Fe, y que para ello es necesario el Bautismo. Y, por ende, son responsables de lo contrario los padres que impiden voluntariamente que el niño no pueda hacer tal cosa. Ciertamente, es realmente complicado que, en la vida que nos ha tocado vivir, un niño que no se bautice, luego elija hacerlo. Es, por tanto, una elección tremendamente importante. No bautizar al pequeño es prácticamente privarle de conocer a Dios, es privarle de conocer a la Iglesia.

Otros alegan que no quieren "engrosar las estadísticas de cristianos". Lógicamente esa opinión debe partir de un no cristiano, si no, no cabe en mi cabeza que sea motivo para no bautizar. Por tanto, es un razonamiento que no es válido. Más bien, el válido, sería "como yo no soy cristiano, o no me siento tal, no deseo el bautismo para mi hijo". No alcanzo a comprender por qué no se alega esta lógica razón, y sí se utiliza la absurda y vacía de contenido razón de las estadísticas.

Es importante, por otro lado, saber que la Iglesia no niega la salvación a aquéllos que no son bautizados. Es de las pocas confesiones que así lo hacen. Pero esto sería otro tema del que podremos hablar en otra entrada.

Sólo desde el desconocimiento de lo que proporciona el Bautismo a un pequeño puede nacer la oposición a permitir que el mismo lo reciba.

Hay quien dice que para qué hay que bautizar a un niño, si éste no puede cometer pecados. Pero olvida que todos nacemos con el pecado original. Y que éste sólo se elimina con el Bautismo. Que no quiere decir que un no bautizado no pueda alcanzar el Reino de Dios. Pero, desde luego, se le priva de las Gracias que otorga el Bautismo y que, desde luego, facilitan y ayudan a alcanzar este fin.


En definitiva, un católico jamás puede esgrimir razones válidas para negar un Sacramento a su hijo, salvo que el desconocimiento de los efectos y razón del Bautismo sean los que rijan sus decisiones. Esto sería otro debate.

lunes, 11 de enero de 2010

¿Por qué creo en Dios?

Podría ser una pregunta cuya respuesta, si fuese gallego, tal vez la hiciese con otra pregunta: ¿y por qué no? Es que, de entrada, me parece más difícil no creer en Dios que hacerlo. Dicho lo cual, sí quiero dejar por sentado que hay razones por las que creo en Dios.

Lejos que caer en la filosofía, campo que no domino (ni aspiro a hacerlo, debo decir), las razones que argumento son más, digamos, de andar por casa. Nada de raciocinio lógico, científico o filosófico. Que nadie espere una disertación metafísica o algo por el estilo. A veces queremos complicar lo sencillo, y esto, para mí, es sencillo.

Qué duda cabe que el haber nacido en determinada familia y en determinado lugar, con determinadas connotaciones sociales, ha hecho que, a priori, me dirija hacia uno u otro lugar. Al menos de partida. Sí, nací y me eduqué en el seno de una familia católica, que quiso y supo instalar en mí unos cimientos de creencias y fe. Lo tenía fácil, sí. Pero con los años las decisiones las tomé yo, libremente. Igual de fácil asimilé la libertad de elección.

Es, pues, una creencia que ejerzo libremente. No es un microchip que todos tenemos y nos hace comportarnos de determinada manera. La prueba está en que hay ateos y agnósticos, que, en un acto de libertad individual, han decidido algo rotundamente diferente a lo que yo decidí, y decido cada día, en relación con la creencia en Dios. Algunos con la misma educación que la mía, otros con otra diametralmente opuesta. La libertad, para mí, es una prueba más de que Dios existe, y es tal y como yo creo que es.

Si nos vamos a lo grande, me sería tremendamente complicado no creer que alguien o algo creó el inconmensurable Universo y cuanto habita en él. Si por más que el ser humano avanza en el conocimiento, siempre el Universo se nos presenta como algo inabarcable para nuestro raciocinio, ¿cómo no creer que dicha magnitud fue creada por Dios? Un ateo podría decirme, entonces, que debería creer que por encima de Dios hay alguien que creó a éste, y así sucesivamente. Pero lo cierto es que un origen debe haber, no podemos hacer esa deducción con tendencia al infinito. Sería absurdo y siempre debería haber un principio. Pero decía que no quería derivar este tema hacia farragosos y pantanosos terrenos en los que a buen seguro naufragaría con estrépito.

Pero, ¿qué hay dentro de mí? ¿Y en mis vivencias? Es ahí donde realmente encuentro a Dios cada día. En las cosas buenas, y en las que no lo son tanto. En los momentos en los que río, y en los que no lo paso bien. Pero por encima de todo, descubro a Dios en el amor. El amor que recibí de mis padres y hermanos, el que he recibido de mis amigos, el que recibo cada día de mi esposa. He sido capaz de ver a Dios en cada cosa que hago.

Buscar a Dios en mi día a día me ha permitido encontrarle. Si no lo hubiese buscado, seguro que jamás encontraría a Dios donde hoy puedo encontrarle. Lo veo en cada amanecer, en la creatividad de mis momentos musicales. Lo veo en mi trabajo, en mis relaciones humanas. Lo veo, cómo no, en el arte. La pureza de las cosas incuestionables de la vida es la que nos muestra a Dios. ¿Acaso alguien cuestionaría la grandeza de la música, o de la pintura; o de la pureza de la amistad, o del amor verdadero? Tratar de buscar a Dios en cosas inexplicables, o sólo tratar de ver a Dios cuando nuestro conocimiento se agota, no nos lo va a mostrar. Ese es, en mi opinión, un camino equivocado.

Cuando estas cosas suceden, cuando buscamos de corazón a Dios, veremos que es Dios quien está detrás de tantas cotidianas y maravillosas cosas de cada día. Que está detrás también de las maravillas de la indomable y libre naturaleza, a pesar de sus transitorias locuras de destrucción. Sin duda, si somos capaces de buscarle sinceramente, seremos capaces de encontrarle. Hagamos la prueba.

Es así de sencillo. Sólo hay que querer. No conozco a nadie que desee no encontrar algo oculto y termine encontrándolo. Básicamente porque si aunque la casualidad le hiciese tropezar con eso oculto, pasaría de largo. Sólo es preciso querer encontrar a Dios para poder verle en cada minuto de nuestra vida.

Y así, es sencillo creer en Él.

martes, 5 de enero de 2010

¿Por qué este blog?

Era de cajón empezar así este blog, ¿no? La motivación que me impulsa a la creación de este sitio es la de veces que me he visto envuelto en una conversación en la que la nota predominante es el desconocimiento acerca de las motivaciones que un católico puede tener a la hora de hacer tal o cual cosa. O la incomprensión que rodea a todo lo que la Iglesia dice y hace, o no dice y no hace.

Sólo se trata de mi personal visión de lo que me impulsa a creer, de lo que me hace practicar, opinar o pensar.